Shakespeare and Company, la continuación que hizo George Whitman de la mítica librería que regentó Sylvia Beach en los años 20, es uno de los lugares de peregrinación literaria más conocidos del mundo. Jeremy Mercer cuenta la historia de un lugar que se levanta como un mito en el distrito cinco de París.
Todo aquel que deseara dormir una noche y beber una taza de sopa caliente o te debía hacer dos cosas: trabajar y leer un libro al día. Peticiones razonables para un aspirante a escritor –o aspirante a cualquier cosa- sin un centavo en París. Su dueño, George Whitman, hizo colgar en las paredes de su establecimiento una cartela: “Sé hospitalario con los desconocidos. Podrían ser ángeles disfrazados”. Whitman, este americano amante de los libros, había decidido abrir su local –empezó con una habitación en la que recibía a soldados de la segunda guerra mundial a quienes daba libros para leer-, por sugerencia de Lawrence Ferlinghetti, mítico librero de San Francisco, el alma de City Lights.
Shakespeare & Co. Paris
Julio 2007
Whitman le llamó entonces Le mistral –librería a la que, por cierto, Julio Cortázar acudía a comprar sus libros-. A mediados de los años sesenta, Whitman la rebautizó. Escogió Shakespeare and Company, el nombre que distinguió durante años a la librería dedicada a literatura en inglés fundada por Sylvia Beach –la editora de James Joyce- en París en 1919. Si ya en las manos de Beach el lugar había sido una leyenda –por ahí pasaron Joyce, Hemingway, Ezra Pound, Fiztegarld-, en las de Whitman se convirtió en un mito –todo aspirante a algo: escritor, político, filósofo ha dormido y trabajado en ella-.
Whitman:
No seas rudo con los visitantes, no vaya a ser que sean ángeles disfrazados
Y es sobre ese mito sobre el que Jeremy Mercer escribe en La librería más famosa del mundo (Malpaso, 2014), porque lo es. Shakespeare and Company fue no sólo el hogar de los beats en París ni el lugar por donde han pasado los más grandes escritores del siglo pasado –y este-. Es mucho más que eso. Hoy, en manos de la hija de Whitman –a quien él llamó, por cierto Sylvia Beach-, el local se comporta como los lugares de interés general: la rodean curiosos, turistas y fetichistas. Es, dice Jorge Carrión, más célebre que la Torre Eiffel. Y todo el mundo quiere su foto en ella o frente a ella. Antes no era necesario, pero ahora deben comprar la postal. Ya no se pueden hacer fotos en su interior. Así es el negocio.
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Web: http://www.shakespeareandcompany.com/
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